Museo Virtual de los Venenos
Otros aportes al estudio del arte, la medicina y los venenos
HISTORIA DE LA CASA CUNA
LOS PRIMEROS 224 AÑOS... Y LO QUE VENDRÁ por
Dr. Pablo A. Croce [1] DE LA COLONIA A LA
ORGANIZACIÓN NACIONAL
Para
defender las Colonias Españolas del Atlántico Sur de las expediciones militares
que Portugal, Francia y Gran Bretaña venían realizando, Carlos III crea en 1776
el Virreinato del Río de La Plata, abre el puerto de Buenos Aires a la
navegación directa con España y envía a 9.000 soldados a la ciudad, apenas
habitada por 28.000 personas. La
presencia de tantos hombres en tránsito, habrá producido un significativo
aumento de embarazos no deseados, con el consecuente abandono de numerosos
recién nacidos, según el Virrey Vértiz, expuestos
por sus deslizadas madres a la caridad pública. Una
serie de infortunios sufridos por estos niños abandonados en las calles (ser
comido por perros cimarrones y cerdos sueltos, atropellados por transeúntes y
carruajes en la oscuridad nocturna, morir de frío, de inanición o ahogados en
charcos), mueve al Síndico Procurador General Marcos José de Riglos, con el
apoyo de diez testigos de primera autoridad, entre otros el Regidor Ramos Mejía, el Capitán Pereyra Lucena, el
ex alcalde Espinosa y Mujica, el ex Regidor Francisco de Escalada y el Defensor
General de Pobres, Manuel Rodríguez de la Vega, a peticionar al Virrey Vértiz
el 17/06/1779, la apertura de una Casa Cuna, que ampare y proteja a los
infantes abandonados, pues entre las
públicas necesidades, es una de las más urgentes que haya una Casa... (para)...
los muchos niños que se exponen. El
verbo exponer y el sustantivo expósito, del latín ex-positum,
literalmente: puesto afuera, repite la figura jurídica del Imperio Romano, que da poder al padre
(pater potestas), de excluir de su hogar a cualquiera de sus integrantes, aún La
idea de que se funden hospitales en todos los pueblos de españoles e indios,
donde sean curados los pobres enfermos y se ejercite la caridad cristiana, está dispuesta en las Leyes de Indias en
1541; y como iniciativa privada ya figura en las Actas Capitulares del Cabildo
de Córdoba, con la cuádruple misión de proteger al peregrino, asistir al
enfermo, segregar al contagioso y cobijar al indigente, para servicio de Dios, amparo de los pobres y alivio
de mi conciencia. En la América
Hispana, los Hospitales fueron la tercera institución en aparecer, y la primera
sin ambición de poder ni lucro, sólo precedidas por el gobierno y la Iglesia. La orfandad médica era tan grande en los primeros
tiempos de Buenos Aires, que el Cabildo dispuso en 1609, prohibirle salir de la
ciudad a Gerónimo de Miranda, costeándole un salario entre los vecinos para sangrar,
afeitar, echar ventosas y sacar muelas a quien lo necesitare. El 14 de julio de 1779,
exactamente 10 años antes de la Revolución Francesa, el Virrey Vértiz dispone la apertura de la Casa de
Expósitos para que estos hijos
ilegítimos puedan educarse en el Santo Temor de Dios y ser hombres útiles a la
Sociedad, según fundamenta en carta al Rey. La Casa tenía como modelos la
Inclusa de Madrid, fundada por Felipe IV en 1623 para cuidar a los menores
abandonados en dicha ciudad y la de Lima, en 1590. Se asemejaba a las Casas de
Expósitos de Méjico y Santiago de Chile, casi contemporáneas a la de Buenos Aires.
Vértiz tenía experiencia directa en esta problemática por haber sido juez de
menores. La
Junta de Temporalidades, creada para administrar localmente los bienes de los
Jesuitas recientemente expulsados de América, la desaparecida Compañía, ofrece una parte de la luego conocida
como Manzana de las Luces, que los Jesuitas habían comenzado a construir
en 1622, la esquina parcialmente demolida en 1936 para abrir la Diagonal Sur,
de San Carlos y San José (hoy Alsina y Perú) en ese momento Arsenal de Guerra,
como edificio para la Casa Cuna, y el alquiler de nueve pequeñas propiedades
frente a la Plaza Mayor, (casas redituantes)como presupuesto para su
funcionamiento. De este primer edificio de la Casa quedan en pie dos salas que
hoy se usan para el Mercado de las Luces, una galería de artesanías. El
7 de agosto de 1779 Martín de Sarratea, su primer Director, en la hoja inicial
del libro de ingresos, anota junto a la frase de subido paternalismo
autoritario todo debe hacerse para el pueblo y nada por él, a la primera
expósita admitida, una negrita
bautizada Feliciana Manuela. El origen de la Casa Cuna está así rodeado de
apellidos de familias ilustres de la Ciudad, con vocación por el bien público,
agrupados en la Hermandad de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo,
creada en 1727, en la Iglesia de San Miguel Arcángel, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios, por Don
Juan Guillermo Gutiérrez González Aragón, para dar cristiana sepultura a las
víctimas desamparadas, de la epidemia que entonces se abatió sobre Buenos
Aires, lo que provocó duros cuestionamientos de los párrocos dispuestos a
inhumar sólo a quienes podían pagarlo y que ya en 1755 había propuesto la creación
de una Casa Cuna en esta Ciudad. Estas familias, al comienzo del Siglo XIX
serían decisivas para el nacimiento de la Nación Argentina. En la Iglesia de
San Miguel se conserva aún hoy la imagen de Nuestra Señora de los Remedios a
cuyos pies se reunía a rezar la Santa Hermandad. No era fácil entonces conseguir
recursos suficientes en la comunidad porteña, golpeada por las dificultades
económicas producidas por la expulsión de los industriosos jesuitas y la
declinación del Imperio Español. Vértiz echó mano por eso a toda su fértil
imaginación. En 1781, con el aval del Rey, dispuso trasladar a la Casa de
Expósitos a costa de no pequeños gastos, la imprenta que los Jesuitas
habían hecho en la Misión de Loreto y que estaba abandonada en los sótanos del
Colegio Montserrat de Córdoba desde la expulsión de la Compañía en 1767,
dándosela en concesión a Silva Aguiar, para que la recaudación de su trabajo
reforzase el magro presupuesto; pero con su tecnología primitiva y lo reducido
de sus tiradas no pudo competir, ni en precio ni en calidad, con los impresos
llegados de España. Recién al comienzo del siglo XIX, con la impresión de los
sucesivos periódicos y piezas literarias producidas en Buenos Aires, la
imprenta fue rentable. En ella se imprimieron hasta las esquelas que invitaban
al Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810, los bandos y proclamas elaboradas a
raíz de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires frente a los ingleses, y las
de los primeros Gobiernos Patrios. Algunos trabajos religiosos se
imprimieron en latín, pero los documentos propios de la administración
virreinal y las publicaciones de información general y de política, que superaban
las censuras virreinal y eclesiástica, se hacían en castellano, guaraní, aymará
o quechua. Fue tanta la importancia política de esta imprenta que ingleses y
portugueses, cuando dominan Montevideo, se apresuran a traer sus propias
imprentas para contrarrestarla. Para compensar el escaso
rédito de la imprenta se le agregaron recaudaciones de funciones teatrales a
beneficio, en el Teatro de la Ranchería luego Coliseo de Comedias, especialmente
de obras de autores locales, como Labardén, que así pudo estrenar su drama
Siripo. El
esfuerzo de sostener la Casa de Expósitos, facilitó entonces la producción
periodística, literaria y teatral de la Ciudad, con evidentes consecuencias en
la formación cultural e ideológica y en la toma de conciencia, de la comunidad
en la que crecía la idea de la Independencia. Pero
fue sólo gracias a las generosas donaciones que Vértiz continuó
realizando aún viviendo en Montevideo, y a otros aportes que Casa Cuna tuvo una
cierta estabilidad financiera en sus primeros años, pues ni José de Silva y
Aguiar con la Imprenta ni Francisco Velarde con el Teatro, aportaron los
recursos como se esperaba. Es de remarcar que el propio Rey de España dispone
que si no es posible reunir con sus providencias y la venta de Bulas para poder
comer carne en Cuaresma, 5.000 pesos anuales para la Casa Cuna de Buenos Aires,
se completase la suma indicada,
sacándosela del ramo de la guerra. Las autoridades españolas no dudaron de
desplazar recursos militares, en momentos en que ingleses, portugueses,
franceses e indios salvajes acechaban al Río de La Plata, para reforzar los de
Casa Cuna, ya que el esfuerzo valía para
que estos niños no se malogren en la tierna edad, según nota de 1783. En
1784, ante el pedido de relevo de Sarratea y en víspera de su regreso
definitivo a España, Vértiz, para asegurar la continuidad de su obra, entrega la
dirección y gobierno de la Casa, a la Hermandad de la Santa Caridad, pero
reservándole el superior gobierno de la Institución a la autoridad virreinal. La
Hermandad nombra administrador a Pedro Díaz de Vivar, quien dispone mudar la
Casa a otro edificio, en Moreno y Balcarce, junto al Hospital de Mujeres y al
fondo del Convento de San Francisco, predio que hoy ocupa el Museo Etnográfico,
más discreto, para alejar de miradas
inoportunas al torno en que se
abandonaba a los niños, conforme a lo que se estilaba en España, inspirado en el del Papa Inocencio III, en
el Siglo XII, y que repetía la sentencia de San Vicente de
Paul colocada en 1638 en la primer Casa
de Expósitos de Francia, mi padre y mi
madre me arrojan de sí, la piedad divina me recoge aquí. El
torno, era un mueble giratorio de madera compuesto por una tabla vertical,
cuyos bordes superior e inferior estaban unidos como diámetros a sendos platos.
El conjunto tapaba completamente un hueco hecho ex profeso en la pared externa.
Cuando alguien depositaba sobre el plato inferior un bebe y hacía sonar la
campanilla que acompañaba el artefacto, un operador desde adentro giraba el
dispositivo y el bebé ingresaba a la casa, sin que quien lo dejaba y quien lo
recibía, pudieran mirarse. El torno que todavía conserva la Casa de Ejercicios
de la Avenida Independencia da idea de lo que era el de la Casa de Expósitos. En
1786 ya hay 150 niños que crecen en la Casa de Expósitos, con el cuidado de amas de leche para los lactantes, y a su despecho amas de cría, para los
mayorcitos, entusiasmando con sus logros a las familias patricias y la Hermandad que se había hecho cargo de la
Casa. En
1788, en sus Instrucciones para Corregidores, Carlos IV, preocupado por una corrupción
que por sus víctimas es más inadmisible, dispone que en las casas de
expósitos no se extravíen sus caudales y rentas, sino que se apliquen a
los niños que precisamente se críen en ellas. En
1794 logran por Real Cédula de Carlos IV que los asilados superando la supuesta
ilegitimidad de su origen sean considerados por
mi autoridad soberana como hombres buenos del Estado llano, dándoles la
misma dignidad que a los reconocidos por sus padres, que sean admitidos en colegios de pobres, sin diferencia
alguna, que no recibiesen castigos
más severos en caso de transgredir leyes, pues estaban siendo correctamente
educados, e incluso establece castigos para quienes los injuriasen por el hecho
de haber sido expósitos teniéndolos por
bastardos, espurios, incestuosos o adulterinos, aunque no les consten estas
cualidades. En una sociedad de castas, donde las virtudes y defectos se
suponían inherentes a las familias de origen y a las formas de nacer, es
notable la preocupación del Rey, seguramente influido en todas estas
disposiciones, por su ministro y valido D. Manuel Godoy. En
1795, teniendo la Casa un presupuesto anual de pesos 7.890, ya le debía al
Defensor de Pobres y Tesorero de la Casa, D. Manuel Rodríguez de la Vega, pesos
38.344 con 7 reales, por lo que este ilustre caballero resuelve perdonar esa
deuda y dejar a la Casa toda su herencia. Lamentablemente el cuadro pintado en
vida de D. Rodríguez de la Vega que lo representaba, brindándose a los
Expósitos, rara muestra de la pintura porteña del siglo XVIII, a cuyo pie
entonces se escribió que como especialísimo tutor de los huérfanos, con
admirable caridad, los protegió en lo moral y material, obteniendo del Virrey
Arredondo medidas eficaces para salvaguardar la vida de los huérfanos, desapareció
de Casa Cuna en la década de 1980 o 90, dejándola sin uno de los más
significativos soportes materiales de su memoria. En
1796 Francisco de Necochea (padre del General Mariano Necochea), dona 12 becas
para que los expósitos más destacados completen su formación en las artes y demás saberes, en España.
Ese año, con la experiencia acumulada se dicta la Constitución de la Casa de Expósitos, basada en el Reglamento
General para las Inclusas de Carlos IV, destinado a garantizar la salud y la
educación de estos niños. Ese mismo año el Ministro del Rey, don Manuel Godoy,
en sus Recomendaciones Complementarias dispone que el amamantamiento de los expósitos no sea de menos de
un año. En Buenos Aires, la Hermandad
de la Caridad ha advertido que, para lograr el desarrollo armónico de los
expósitos, no sólo se necesitan los cuidados del cuerpo, sino también la
educación de la mente y la adecuada inserción social. Con ese espíritu, es que
se decidió que todo abandonado llevara dos nombres, sirviendo el segundo de
apellido en su adultez en caso de no haber sido adoptado antes. Desde
1801 y en forma discontinua, la Imprenta editó sucesivos periódicos: El
Telégrafo Mercantil, Rural, Político-Económico e Histórico Geográfico del Río
de La Plata, dirigido por Cabello y Mesa, El Semanario de Agricultura,
Industria y Comercio, dirigido por Juan Hipólito Vieytes, El Correo de
Comercio de Buenos Aires, dirigido por Manuel Belgrano. El nombre de los
periódicos y las personalidades de sus directores muestran claramente la
intención con que fueron publicados. Finalmente , ya en 1810, sale el diario
más famoso impreso en la Casa y el más trascendente para difundir el ideario
revolucionario, La Gazeta de Buenos Aires,
que tenía como lema tiempos éstos de rara felicidad en que es lícito al hombre pensar lo
que quiere y decir lo que piensa. El
Seminario de Agricultura, Industria y Comercio de Vieytes, el de la famosa
jabonería, publicado por la imprenta de la Casa de Niños Expósitos, muestra el
interés de su Director no sólo por la industria y el comercio, sino también por
la química y la salud. Entre 1802 y 1807, da consejos sobre crianza de los
niños, algunos llenos de fantasía y otros con observaciones que casi 200 años
después, asombran por lo agudas: si los
amamanta una nodriza participará de los defectos de su carácter; las nodrizas
deben privarse de alimentos con gusto muy vivo; destetar sin que (los
lactantes) padezcan vigilias ni queden
atormentados; si el destete fue
precoz dar alimentos medio masticados;
polvo de ojos de cangrejo para desarreglos intestinales; como la naturaleza no
habla en ellos, hay que examinar con atención sus llantos; los andadores los
exponen a volverlos gibosos; en épocas en que se los inmovilizaba con
fajas: si los niños gozaran de completa
libertad desde que nacen, andarían más pronto; en tiempo de severa
disciplina institucional, se aconseja para los internos de la Casa, para que los niños se desarrollen
armónicamente, deben ejercitarse en juegos propios de la edad; los colores de
los juguetes pueden ser peligrosos, cuando el niño los lleva a la boca, deben
evitarse los pintados con plomo, minio, cobre, óxido de hierro, oripimente y cúrcuma. A
partir de 1810 el Gobierno Patrio toma progresiva injerencia en la Casa Cuna,
disminuyendo las atribuciones de la Hermandad de la Caridad. El interés del
Estado por la salud es tal, que la misma Asamblea de 1813 dispone que los niños
sean bautizados con agua tibia, para evitar el mal de los siete días (tétano
del recién nacido), que atribuían al frío del agua bautismal. Al retirarse el
último administrador de la Casa, nombrado por la Hermandad, Don José Martínez
de Hoz, recibe un reconocimiento de parte del severo inspector Elizalde, por su
celo nada común. En
1817 se hace cargo de la dirección, con el nombre de Padre de los Huérfanos, el canónigo Saturnino Segurola, Dr. en
Ciencias de la Universidad San Felipe de Santiago de Chile, religioso preparado en el arte quirúrgico, conocido
por haber introducido y administrado la vacuna antivariólica en el Río de La
Plata, desde julio de 1805, por impulso del Virrey Sobremonte, sólo 6 años
después de la comunicación original de Jenner, y por ser también, Director de
la Biblioteca Nacional. Desde
el comienzo de su gestión, Segurola insiste en la importancia de contar con un
profesional médico que asista los expósitos, una botica que los provea de las
medicinas necesarias, y una sala especial para los expósitos enfermos. En 1817
se nombra médico de la Casa al Dr. Juan de Dios Madera, que como practicante se
había destacado en el cuidado de los heridos durante las Invasiones Inglesas,
como vecino firmó el petitorio para la constitución de la Primera Junta el 25
de Mayo, que en junio de 1810 fue el primer cirujano militar del Ejército
Patrio, fundador de la Cátedra de Materia Médica y Terapéutica de la Escuela de
Medicina, y que estaba trabajando para el Cabildo como médico de policía; y
como boticario se nombra a Diego Gallardo. El Regidor Defensor General de
Menores debía controlar el cumplimiento de las tareas de ambos. Es notable que
en una época en que por falta de médicos, los barberos, sangradores y
algebristas tenían gran prestigio, no hay registro que alguno de estos subprofesionales,
hayan sido llamados a trabajar en la Casa de Expósitos. En
18l8, Madera contra su voluntad es reemplazado por Cosme Argerich, como aquél, ex-cirujano de los Ejércitos
Patrios y futuro profesor del Departamento de Medicina de la Universidad de
Buenos Aires. Madera apela al Cabildo, suscitando un lamentable conflicto que
dura dos años, del que ninguno de los involucrados sale indemne.
Posteriormente, Madera y Argerich
fueron miembros fundadores de la Academia Nacional de Medicina. Cuando
en 1820 el Gobierno Central entró en colapso y cada Provincia asumió su total
autonomía, Buenos Aires, monopolizadora del tráfico marítimo y sin compromiso
de solidaridad con el resto de la Nación, vio enriquecerse rápidamente a su
clase privilegiada. Políticamente desarrolló una actividad secularizadora,
limitando las injerencias sociales que las órdenes religiosas y las hermandades
de laicos conservaban de las épocas coloniales. Riqueza
y secularización llevaron a Rivadavia,
ministro del Gobernador Martín Rodríguez, a disolver la Hermandad de la
Santa Caridad y a organizar la Sociedad de Beneficencia, presidida por Mercedes
Lasala de Riglos e integrada entre otras por Juana del Pino de Rivadavia, hija
del ex Virrey y esposa del Ministro, María Rosario Azcuénaga, Bernardina C. de
Viamonte, esposa del General y Mariquita Sánchez, dando espacio comunitario a
las mujeres de clase alta, pues según su Decreto Fundacional la existencia social de las mujeres es aún
demasiado vaga e incierta...siendo las damas la mitad más preciosa de la
especie, con cualidades, ideas y sentimientos que no posee el hombre. Esta Sociedad se hizo cargo de todas las
Instituciones de Bien Público destinadas a mujeres y niños, que habían regenteado
las Ordenes y Hermandades, incluida la Casa de Expósitos. Tal vez fue inspirada
en la labor de la Junta de Damas, que Carlos IV organizó para que se hiciera
cargo de la Inclusa de Madrid. La
Casa de Expósitos, nacida por iniciativa de las autoridades locales de Buenos
Aires, los funcionarios del Cabildo, en el Siglo XVIII, ante el clamor de los
vecinos, impulsadas por el esclarecido delegado de la monarquía absoluta que
reinaba desde Madrid, el Virrey Vértiz, administrada casi desde su comienzo por
una cofradía confesional no integrada al gobierno de la Iglesia (la Santa
Hermandad), con varias e irregulares fuentes de financiamiento pasa a depender
de una organización no gubernamental pero apoyada desde el flamante Estado
Provincial, la Sociedad de Beneficencia. La
Sociedad y el Gobierno, por iniciativa de Juana del Pino de Rivadavia y de
Miguel Belgrano, sobrino del General, dispusieron que el Director de la
Casa fuese Narciso Martínez, y su
Médico Pedro Rojas. El Gobierno garantizó pagos mensuales a 250 amas para que
cuidasen niños en sus casas, criándolos a leche
completa, media leche y despecho, según correspondiera debiendo someterlos
a examen médico mensual previo al pago de su salario. A partir de los 4 años se
los da en guarda o como criados, o
continúan con sus amas externas. Sólo los que no pueden ser colocados
permanecen en la Casa de Expósitos; ya figuran en su plantel empleados que han
sido expósitos, tradición que se mantuvo hasta 1990. Estas personas llegadas a
la Casa como Expósitos y luego incorporadas como empleadas, siempre se
distinguieron por su conmovedora dedicación sin límites a la Casa y a sus
enfermitos. En
1824, ya asumido el sostenimiento de la Casa Cuna por la Sociedad de
Beneficencia, y disminuida la importancia de la Imprenta de los Niños
Expósitos, por la presencia en Buenos Aires de otra más moderna, Rivadavia
entrega la vieja imprenta al gobierno de Salta, donde sirvió para publicar la
acción oficial y la cultura salteña. Se mantuvo funcionando, hasta que en
octubre de 1867, sitiada Salta por las fuerzas de Felipe Varela, sus plomos
fueron fundidos para hacer las balas que defendieron a la ciudad. La imprenta
creada por los Jesuitas en 1701, que ayudó a sostener Casa Cuna en sus inicios
y que difundió las ideas revolucionarias de Mayo, las noticias de la guerra de
la Independencia y la primera literatura argentina, terminó sus días ayudando a
derrotar la última montonera que interfería en la Unión Nacional. Casa
Cuna continuó con similares características, hasta que en 1838 el bloqueo anglo-francés
colocó al Gobierno de Buenos Aires en una grave crisis financiera. El
Gobernador Rosas, no teniendo fondos el
erario, dejó entonces sin presupuesto público a todas las Instituciones
dedicadas a la salud y a la educación, ordenando que Casa Cuna no admita nuevos
expósitos y distribuyendo a los existentes entre las personas que tengan la caridad de recibirlos. Ante
tal orden, Segurola presentó su renuncia indeclinable. La
mortalidad promedio de los Expósitos desde 1779 a 1838 se estima en un 40%. DE LA ORGANIZACIÓN
NACIONAL A LA ACTUAL UBICACIÓN
Recién
en 1852, con la caída de Rosas, por Decreto de Vicente López y Valentín Alsina,
se restablece la Sociedad de Beneficencia, ahora presidida por la ya anciana
Mariquita Sánchez, famosa por haber sido la primer mujer en Buenos Aires que se
negó a casarse con el hombre impuesto por su padre, aquélla en cuya casa se
cantó por primera vez el Himno Nacional y en la que se conocieron San Martín y
Remedios de Escalada; también integraban la Sociedad Pilar Spano de Guido
(esposa de Tomás Guido y madre del poeta), Lucía Riera de López (esposa de
Vicente López y Planes y madre de Vicente Fidel López) y, por decreto de Urquiza,
Agustina Rosas de Mansilla (hermana de Don Juan Manuel y madre de Lucio V.
Mansilla). La vocación por la beneficencia (y por el prestigio social) reunía a
señoras cuyos familiares varones estaban violentamente enfrentados entre sí. La
Sociedad rehabilitó la Casa de Expósitos, fundamentalmente por la valiosa
donación de Mariquita Sánchez y 66 onzas de oro legadas por el General Urquiza.
Según el Ministro de Gobierno, Bartolomé Mitre, la reapertura de la Casa fue el más bello monumento de la caridad pública.
Si bien las damas se reservaron el papel de Inspectoras
y las decisiones más importantes, pusieron ininterrumpidamente como directores
a prestigiosos pediatras, entre ellos a
futuros profesores de la materia en la Universidad de Buenos Aires. Desde 1855
fue Director Manuel Blancas, nacido en Jerez de la Frontera, España, quien
posteriormente creó la Cátedra de
Enfermedades de los Niños y su Clínica Respectiva, de la Facultad de
Medicina de la Universidad de Buenos Aires, por lo que se lo considera fundador
de la enseñanza de Pediatría en la Argentina. Hizo el primer diagnóstico de
difteria en el país en 1856; se destacó en la asistencia de pacientes en las
epidemias de Cólera de 1867 y de Fiebre Amarilla de 1871 en Buenos Aires, y a
pedido especial de Bartolomé Mitre, en la evaluación sanitaria de las víctimas
del terremoto de Mendoza de 1861 y de los heridos de la Guerra del Paraguay,
repatriados a Buenos Aires. En 1883, Blancas fue nombrado Académico de la Medicina. En
el Reglamento de 1855, se establece que los médicos de la Casa de Expósitos deben
curar a los enfermos, registrando sus
malestares, cuidar a los internos sanos, vacunar y visitar a los expósitos
externos, vigilar el estado de salud de las amas y atender el botiquín,
exigiéndoles que coloquen en aislamiento
a los que padezcan coqueluche, sarampión, garrotillo y sífilis.
Indudablemente Casa Cuna era ya entonces un Centro Médico Integral para los expósitos
y sus amas. Los
registros de ingreso de los niños puestos en el torno que se conservan,
muestran que muchos son dejados con alguna señal que los pueda identificar
(pañuelos, mantillas o medallas, cortadas a la mitad, mensajes escritos en
papeles, etc.) con la esperanza de poder rescatarlos cuando la situación de las
madres que los abandonaba mejorase. En 1854, el Gobernador Valentín Alsina,
cuestionó parte del reglamento de la Sociedad, que permitía a la familia
abandonante rescatar a los niños, pues entendía que la tutela de los Expósitos reside en el Gobierno y que esos niños
podían ser adoptados sin esperar a sus padres biológicos, que por ser anónimos
podrían haberse muerto o alejado de Buenos Aires sin que nadie lo supiera. Convocados
como árbitros Dalmacio Vélez Sarsfield y Domingo F. Sarmiento, opinaron que debía
dejarse a la Sociedad obrar en cada caso
como la prudencia aconseje, atendiendo siempre al bien de los menores.
Valentín Alsina propone, además, que los niños cerca de los 5 años comiencen
con ejercicios gimnásticos y Sarmiento que la Casa envíe mensualmente al
Departamento de Estadísticas el movimiento de internos y anualmente a la
Legislatura, un informe sobre la actividad y el estado económico de la Casa.
Los hombres que trabajaban por crear la Argentina moderna, muchas veces en conflicto entre ellos, coincidían
en su interés por organizar y acompañar la labor de la Casa Cuna, hasta en sus
menores detalles. En
1859 se dispone que las Hermanas del Huerto colaboren con la Sociedad en el control
de las amas y en la administración de la Casa, en la que permanecieron más de
120 años.
CASA CUNA LLEGA A BARRACAS En 1873, designado Juan Argerich, director en reemplazo
de Blancas, resuelve que la Casa Cuna, después de estar durante casi 90 años en
Moreno y Balcarce, cambie otra vez de domicilio, a su actual predio hoy avenida
Montes de Oca 40, el terreno en lo alto de la “Barranca de Santa Lucía”
de Doña Trinidad Balcarce. Su casa había sido volada por venganza durante el
sitio de Buenos Aires en 1852; en el terreno
se construyó entonces el “Instituto Sanitario Modelo”, desplazado por
Casa Cuna. El 24 de marzo de 1874 se inauguró la primera capilla de la Casa en
su nuevo emplazamiento. El pabellón San Camilo, es de aquella época. Historiadores
como Torre Revello suponen que en el Parque Lezama, a 500 metros de la Casa
Cuna, Pedro de Mendoza instaló su primera y frustrada Buenos Aires, con su
penoso cortejo de hambre, violencia desaforada, canibalismo, desilusión y
fracaso. A mediados de 1700, el Parque tuvo el triste destino de ser el mercado
de esclavos de la Compañía Guinea, donde sobresalió como “comerciante” Martín
de Alzaga. El
barrio, donde ya en el Siglo XVII había precarias barracas para acopiar cueros,
tan abundantes que se llegaron a embarcar en cantidades de hasta ciento
cincuenta mil anuales, y luego de otros frutos del país, como yerba, madera,
sebo, grasa, se comenzó a poblar a principios
del Siglo XVIII; tomó el nombre de las barracas
y tierra de Doña María Bazurco; casualmente
Francisco Bazurco es uno de los miembros fundadores de la Hermandad de la Santa
Caridad, que tanta significación tuvo en la Historia de la Casa Cuna. Luego la zona se denominó Barracas
del Riachuelo hacia 1750, fecha en que se define el camino hacia la Ensenada de Barragán y Pampas, por su lugar más transitable,
más firme y seco. En 1790 las carretas que lo usaban eran obligadas a ir
dejando piedras al regreso del puerto
para asentarlo. Cruzaba el Riachuelo en canoas, por el paso de Olasar, en el
que en 1791 se construyó el Puente de
Gálvez. Al progresar la urbanización el camino se llamó Calle Larga. En
1783, sobre dicha calle se trasladó la Capilla de Santa Lucía, que dio nuevo
nombre a la Calle Larga y a su área de influencia. Sobremonte mandó incendiar
el Puente de Gálvez, como tímida defensa frente al avance de Beresford en 1806,
durante la Primera Invasíón Inglesa, pero viendo desde la Convalecencia cómo
los invasores cruzaban el río, rápidamente se dio a la fuga. Los patriotas de
la Sociedad de los Siete, se reunían
en la Calle Larga en 1809, con el pretexto de ir de caza, pero en realidad para
preparar la sublevación contra el Rey. En la Capilla de Santa Lucía, con la
complicidad de su capellán, se reunió la
conspiración de Alzaga de 1812, última resistencia realista en la ciudad.
En 1816, los indios, que serían todavía numerosos y activos, obtienen que el
Cabildo los exima del derecho de pontazgo
(pago de peaje) en el Puente de Gálvez. En
1820, en el Puente de Gálvez se reúnen las fuerzas de Rosas y de Martín Rodríguez,
para marchar hacia la Plaza Mayor y dar a la anarquizada Provincia de Buenos
Aires su primer gobierno estable. En 1827, Elisa Brown, la hija preferida del
Almirante, desde la atalaya de su casa, la
Cannon House, luego conocida
por el intenso color de sus muros como Casa
Amarilla, en las actuales Martín García y Patricios, vio el movimiento de
la flota que enfrentó a la Armada Brasileña en el combate naval de Quilmes. En
la acción perdió la vida su prometido Francis Drumond, defendiendo la de su
padre, el Almirante Brown. Semanas después Elisa, con apenas 17 años,
profundamente deprimida, se ahogó en el Río de la Plata. Su trágico destino fue
inmortalizado por Petit de Murat y
Manzi en la obra La Novia de Arena.
El Almirante muere en esa casa en 1857, entre las parras y perales que tanto disfrutó. Desde
comienzos del Virreinato el barrio se fue poblando de casonas señoriales que
continuaban las de San Telmo, corrales, mataderos, saladeros, ceberías,
curtiembres y barracas para depositar los frutos
del país, que se embarcaban en el Puerto del Riachuelo hacia el exterior y
hornos de ladrillos y quintas de verdura, antecedentes de las industrias
alimentaria, textil y de la
indumentaria y de los corralones que luego caracterizaron a Barracas. Transitaban
así por sus calles, además de familias patricias, troperos, matarifes, faenadores
de ganados, triperos, changadores, quinteros, carreros, cuarteadores para los
días de barro, marineros y negros libertos. Esta clase trabajadora y
semirrural, habituada a las tareas más duras, entretenía sus descansos con
famosas carreras cuadreras y de sortijas, cinchadas de carros, riñas de gallos,
corridas de toros (al menos hasta 1835), y célebres payadas en varias pulperías
de las que, según Héctor Pedro Blomberg, salió Ramona Bustos, la pulpera... cuyos ojos celestes reflejaban
la gloria del día... cuando el año (18)40 moría y Lavalle sitiaba Buenos
Aires. Ese mismo año, según leyenda, Amalia Sáenz escondió en su quinta de la
Calle Larga a Eduardo Belgrano, sobrino del General, perseguido por la Mazorca y
lo ayudó a huir a Montevideo. Su valiente conducta fue relatada por José Mármol
en Amalia, primera novela argentina.
Hasta Masculino, el célebre diseñador de los típicos Peinetones, tenía su quinta en la calle larga. Por
entonces Esteban Echeverría ya había recorrido los mataderos, saladeros y pulperías
de la zona, buscando temas y decires para construir el romanticismo
rioplatense, primer movimiento literario desarrollado en Buenos Aires, sin la
tutela española. En las noches de fiesta en Barracas, se escuchaban en las
casonas patricias minués y mazurcas, en los ranchos cielitos y triunfos y en
las reuniones de negros candombes. En
la esquina de Suárez y Montes de Oca de la actual Plaza Colombia una barrera y
su respectiva bandera hacían parar las carretas venidas de Cuyo y de las pampas
del sur, para cobrarles el peaje impuesto por la Sala de Representantes de la
Provincia. Por eso las sucesivas casas
de comida de esa esquina llevan desde aquellos años el nombre de La Banderita. En 1849, el heroico Coronel
Chilavert reemplazó al Puente de Gálvez por otro, también de madera, que llamó de la Restauración de las Leyes. Defendiendo
la Calle Larga contra el ataque de Hilario Lagos en 1853, durante la última
intentona federal en la ciudad, Bartolomé Mitre recibe la célebre herida que le
marcó la frente por el resto de su vida y que tapaba inclinando su chambergo. Felicitas
Guerrero, según Guido Spano la dama más
bella de la República, heredera de la inmensa fortuna de los Alzaga, es
asesinada en 1872 a los 26 años de edad y ya viuda, en su mansión familiar,
solar de la actual Plaza Colombia, al costado de la hoy Montes de Oca, por
Enrique Ocampo, su despechado pretendiente. En su memoria sus padres hicieron
construir rápidamente la hermosa iglesia de Santa Felicitas, en el mismo lugar
donde cayera muerta y en la que pueden apreciarse las estatuas de la familia. Cuando
Casa Cuna se instaló en el barrio, varios hechos lo estaban modificando: en
1865 se tendió el Ferrocarril Sud, desde la vieja Plaza de Carretas, hoy Plaza
Constitución, dividiendo parcialmente al barrio. En 1870, el primer tranvía a
caballo recorrió la Calle Santa Lucía. En 1871, a raíz de la epidemia de fiebre
amarilla, en la que murió el 10% de la población de la ciudad, por considerarlos
focos de la enfermedad, se cerraron los mataderos y saladeros de Barracas,
aunque alguno se reabrió clandestinamente, pero en definitiva la epidemia terminó
tanto con los mataderos como con la mayoría de las familias pudientes que del barrio
se mudaron hacia el norte en busca de lugares más sanos. En
el mismo 1871, para pasar sobre el Riachuelo en reemplazo del siempre precario
Puente de madera, se inauguró uno de hierro, con el nombre del ingeniero
Prilidiano Pueyrredón, que lo diseñó y que muriera sin verlo terminado.
Posteriormente otros tres puentes sucesivamente construidos en el mismo lugar,
repitieron su nombre. La
capilla de Santa Lucía fue elevada a parroquia en 1869 y declarada santuario en
1977. En 1871, durante una prolongada sequía se llevó en procesión a Santa
Lucía para que cambiara el clima; pese a que la ceremonia empezó con cielo
claro, terminó con una beneficiosa lluvia, por lo que aún hoy, los 13 de
diciembre se celebra a la Santa con una gran fiesta, con la imagen en procesión
recorriendo el barrio, mientras los vecinos la saludan con una lluvia de
jazmines. En 1873, se adoquina la calle pagándose la obra con peaje. Tren,
puente, tranvía, adoquinado, facilitaron la movilidad de las familias que se
fueron acercando a Casa Cuna en busca de salud para sus hijos. Frente
a Casa Cuna, en la Quinta de Cambaceres, Mariano Acosta fundó en 1874 la Escuela Normal de Maestras, que dio la
primera salida laboral intelectual socialmente aceptada para las mujeres. Al
lado de esa escuela, la Buenos Aires English High School, inaugurada en 1875,
educaba a los hijos de británicos afincados en el barrio desde la época del
Almirante Brown, acrecentados luego con los profesionales y técnicos traídos
para la construcción y mantenimiento de los ferrocarriles. Su primer director,
Mr. Hutton, fue famoso por fundar con los ex-alumnos de su escuela el Club
Alumni, el más exitoso equipo de Fútbol de la primera década del Siglo XX. En
1880, durante la sublevación de la Provincia de Buenos Aires, encabezada por
C.Tejedor, contra las autoridades de la República, la línea de defensa de las
tropas provinciales hizo pie en la esquina de Casa Cuna, incautando para su
ejército hasta los caballos de la Cía. de Tranways en su garage de Montes de
Oca y Río Cuarto. En 1882, muere Manuel Augusto Montes de Oca, cirujano,
profesor, académico, diputado, ministro, donante de la biblioteca de la
Facultad, cuya quinta daba sobre la calle de Santa Lucía, que en su homenaje
pasó a llamarse Montes de Oca al año siguiente. En el barrio vivieron también
los doctores Eduardo Wilde, Abel Ayerza y Abel Zubizarreta, cuyas holgadas
situaciones socioeconómicas no les impidió preocuparse por aliviar las
enfermedades y dolores que producían la miseria en tantos vecinos; y ya en el
Siglo XX, dos pilares de la Medicina Argentina, también con destacada
sensibilidad social, los Dres. Pedro Escudero y Pedro Chutro,
vivieron en el barrio. En el Instituto Malbran de la Avenida Velez Sarsfield,
comenzó su carrera de investigador nuestro tercer científico premio nóbel el
Dr. Cesar Mildstein. En
el censo de 1887, la Parroquia de Santa Lucía tenía en sus 690 hectáreas 18.357
habitantes, 57% de ellos varones, 53% de nacionalidad extranjera, y menos del
2% negros; de sus 1.594 casas, el 92% eran de una planta y sólo 5 alcanzaban
los tres pisos. Puede calcularse el impacto que causaba la edificación de la
Casa en los alrededores. Entre 1888 y 1895, en el barrio se inauguraron el
parque de diversiones “El Prado Internacional”, un teatro de títeres y varias
romerías. En
ese último cuarto del Siglo XIX, en Barracas Arolas y Villoldo acunaban sus primeros
tangos (el Restaurante El Choclo,
estaba sobre Montes de Oca), y en el Hotel América, a una cuadra de Casa Cuna,
Villoldo pasaba momentos de amores ocultos e inspiración musical; una placa
donada por tangueros finlandeses, colocada en el frente del hotel, lo recuerda.
Irigoyen paseaba su adusto carisma entre los vecinos, desde su vivienda a 150
metros de Casa Cuna, demolida por Cacciatore para hacer la Autopista 9 de
Julio, y el fútbol se iba acriollando en los numerosos clubes y potreros del
barrio. Los
mataderos fueron reemplazados por la industria de la alimentación, atrayendo
como mano de obra fundamentalmente a los inmigrantes europeos que llegaron
masivamente a fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX. Casa
Cuna vino a afincarse entonces en una avenida y un barrio cuya historia y leyenda
hacen juego con las del propio hospital, al punto que en pleno Siglo XX,
Leopoldo Marechal en “Adán Buenosayres”, pone a Samuel Tesler en el Hospital
Borda, talvez en alusión a Jacobo Fijman, Sábato; en “Sobre Héroes y Tumbas”,
ubica a la desdichada protagonista, Alejandra Vidal Olmos, último exponente de
una trágica familia patricia, devastada por la locura y la violencia, en una
deteriorada mansión en la Calle Río Cuarto, cerca de la Avenida Montes de Oca,
y Borges sitúa “El Aleph”, el mítico rincón donde se reúnen sin mezclarse todos
los lugares del mundo, en la Avenida Garay, en vecindad de la Casa Cuna. Desde la caída de Rosas, en el barrio
se fueron levantando varios hospitales significativos: primero “el de la
Convalecencia”, desde 1854 oficialmente destinado para alienadas, luego la
“Casa de Dementes”, para varones; a raíz de los heridos de la guerra del
Paraguay, el “Hospital de Inválidos” y finalmente el “Hospital Militar”, que
hasta 1883, estuvo frente mismo a la Casa Cuna; sus ricas historias no son
parte de este trabajo. Por Montes de Oca, seis cuadras hacia el Sur, se instala
en 1880, el “Instituto Frenopático Argentino”, donde actuaron José María Ramos
Mejía y José Ingenieros. Frente al Hospital Ferrer, a la
vuelta de Casa Cuna, funcionó en la década de 1930 la primera escuela bilingüe
argentino-japonesa, destinada a los niños de esa comunidad. En 1955, a
doscientos metros de Casa Cuna, Jorge Burgos enceguecido por los celos mató y
descuartizó a su novia, conmoviendo a todo el barrio. Los
principales problemas somáticos en Casa Cuna, antes de los descubrimientos de
Pasteur y de la nutrición científica, eran las enfermedades eruptivas, tos
convulsa, difteria, sífilis, tétanos, (que según Costa, provocó el 26% de la
mortalidad infantil en la Casa, entre 1873 a 1877), las tiñas, las oftalmías
purulentas, la gastroenteritis, el escorbuto, el raquitismo y la desnutrición
global (atrepsia). La distancia entre
los pabellones daba cierto aislamiento empíricamente necesario para evitar las
epidemias intrahospitalarias. La provisión de sustitutos confiables de la leche
humana, cuando las nodrizas no eran suficientes, creaba problemas de difícil
solución. Se usaron leche de vaca, yegua, burra y cabra, pero hasta comprender
la manera de esterilizarla, poco se podía hacer para conservarla, habiéndose
intentado hasta colocar los bebés directamente en las ubres de cabras
amaestradas al efecto. Por ese entonces, comienza a elaborarse en Buenos Aires,
la "leche malteada", que se vendía en farmacias y droguerías. En
1884, recién nombrado Bosch director en reemplazo de Argerich, aconseja una
serie de reformas edilicias para asegurar
el aislamiento de los pacientes infectocontagiosos y brindar a todos los
internos espacios llenos de luz y bien aireados. El
impacto que produjeron las vacunas elaboradas por Pasteur, fue tan grande que
el Jefe de Infecciosas de la Casa Cuna, Dr. Desiderio Davel fue a París a
buscar la vacuna antirrábica, trayéndola cultivada con riesgo de su vida en
lotes sucesivos de conejos para conservarla. Llega a Buenos Aires en 1886,
justo a tiempo para salvar la vida de un niño uruguayo mordido por un perro
confirmadamente rabioso, derivado especialmente a Buenos Aires para su
tratamiento, siendo ésta la primera administración de esa vacuna fuera de Francia,
y tal vez el antecedente del turismo
sanitario hacia Bs. As. CENTENO Y ELIZALDE, LOS GRANDES GUÍAS
El
Dr. Ángel Mauricio Centeno, discípulo
de Blancas, incorporado a Casa Cuna en 1887,
informa ante el Parlamento al solicitar aumento del aporte estatal en 1889, que Casa Cuna había recibido 1.580
bebés abandonados, alrededor del 5% de los recién nacidos vivos que se estima
nacieron ese año en la Ciudad, debiendo atender 4.086 internos con un
presupuesto insuficiente. Al mismo tiempo denuncia, en una exposición
fundamental para corregir perversiones instaladas en la comunidad, fortificar
la relación madre-hijo, y dar nuevo impulso al cuidado de la infancia, que la
imposibilidad de las madres que trabajan de amamantar y cuidar sus hijos en las condiciones
laborales impuestas entonces, la persistencia del torno y una siniestra
organización de parteras “especializadas en colocar a los bebés”, son responsables
de la mayoría de tan alta tasa de abandono. Estas parteras saben cómo dejar los
niños en el torno con señales que los identifiquen y cómo “recuperarlos”,
cuando sea el tiempo del destete, o cuando tengan unos 6 años, edad a los que
se los puede poner a trabajar para completar los ingresos de la familia, o para
realizar tareas domésticas mientras sus madres trabajan. Menciona también
pobres parturientas obligadas a dejar sus hijos para amamantar mercenariamente
a los niños de familias pudientes, cuyas madres no quieren tener el compromiso
de realizarlo ellas mismas. Según informa Centeno, las parteras cobran por alojar a las embarazadas a
término en sus casas y asistirlas en el parto; por llevar a los niños a la Casa
Cuna con elementos de identificación sólo conocidos por ellas; por colocar a
las parturientas como amas de leche de los ricos; y por rescatar a los niños ya
crecidos. El torno decía Centeno,
crea huérfanos de padres vivos, a los que
debemos evitarles el hospitalismo. Como antecedente se mencionó que en
1860, Francia suprimió el torno, reemplazado al decir de Feuillet por un torno viviente, humano, sensible a la
piedad (la recepcionista). Ante
esta realidad, a su instancia y con el decisivo impulso del gran sanitarista
Emilio Coni, que lo consideró aparato indigno de una sociedad culta, el
torno es retirado en julio de 1891, luego de funcionar durante 112 años. Fray
Mocho, en uno de sus cuentos costumbristas, había confirmado las denuncias de
Centeno. En
1891, las Hermanas de Caridad, no comprendiendo una indicación profesional,
ante una orden de las Inspectoras, lavan y reutilizan material que los médicos
de la Casa habían ordenado descartar por su contagiosidad. El conflicto que
desencadena este hecho, determina al Gobierno Nacional disponer que el
Departamento Nacional de Higiene, supervise en adelante la actividad
asistencial de la Casa Cuna, por encima de la Sociedad de Beneficencia, dando
lugar a un largo entredicho de baja intensidad entre los conceptos médicos y el
criterio de las Inspectoras de la Sociedad de Beneficencia que alimentó al que
finalmente estalló con el Estado Nacional en 1946. En 1892 Centeno integra la
Comisión redactora de la Farmacopea Argentina. En
1900, es designado director Ángel Centeno. Ese mismo año, Julio Argentino Roca
Presidente de la República, firma las modificaciones a las Normas de Admisión y Rescate de Niños de la Casa de Expósitos,
estableciendo que la internación de los niños debía renovarse semestralmente,
siempre que continuaran las causales que impulsaron a dejarlos, procurando
preservar la identidad del niño y el derecho a mantener el vínculo familiar.
Por donaciones de la familia cuyo nombre llevan, se levantaron entonces los
pabellones Millán y Ayerza. En 1901, el Presidente Roca, cede un edificio en la
calle Vieytes, que luego sería el Instituto Riglos, y el Hotel de Inmigrantes
de Mercedes, provincia de Buenos Aires, rebautizado como Hogar Martín
Rodríguez, para alojar a los expósitos sanos que no eran colocados en
domicilios de las Amas, para descongestionar la superpoblada Casa Cuna. El
Presidente Roca, complementa su preocupación hacia la Casa, firmando en 1904,
el Reglamento para la Colocación y Trato de Expósitos en Poder de Familias.
Todas estas disposiciones son iniciativas de Centeno, especialmente preocupado
por mantener el vínculo entre los niños y las madres que trabajan, las que
están detenidas y las carentes de recursos básicos, por lo que se lo considera el creador de la Pediatría Social
Argentina y pionero del reconocimiento
de los Derechos del Niño. Una
evaluación de los abandonos ocurridos entre 1912 y 1914, mostró que el 72% de
los niños eran dejados por personas que aclaraban su identidad y las
motivaciones del abandono. En el 37% de los casos, las madres se manifestaban sin leche, y en el 7% estaban judicialmente
recluidas; en el 9% los niños eran huérfanos de ambos padres, en el 15%
huérfanos sólo de madre y en el 9% tenían enfermedades que dificultaban su
crianza. El 82% de los familiares que ponían a los niños en la Casa, eran
extranjeros, la mitad de ellos italianos. Centeno
organizó los Consultorios Externos para atender también a niños que vivían con
sus familias, aunque ya desde 1820 se atendía a los hijos y criados de las
cuidadoras externas. Construyó el Gabinete
de Rayos X, donde, antes que
terminara el Siglo XIX se tomó la primera radiografía de un niño en Buenos
Aires. Consiguió que la Sala de Cirugía quedase a cargo del reconocido y aún
joven profesor de Clínica Operatoria
de la UBA, Alejandro Posadas, maestro nada menos que de Arce, Chutro, los Finochietto,
Roccatagliatta, Sussini, y de su sucesor en Casa Cuna, José M. Jorge , ya
famoso por haber descubierto la Coccidioidomicosis, la primera infección
profunda por hongos descripta en el mundo, y protagonista de la primera cirugía
filmada en el mundo, en 1899. Desarrolló Centeno el Laboratorio de Alimentación,
para preparar los novedosos sustitutos artificiales de la leche humana. Hizo la
Sala de Fisioterapia. Dotó al Laboratorio Central de Análisis con los aparatos
más modernos de la época. Obtuvo
de parte del Jockey Club, la donación de dos pabellones que, desde principios
de este siglo, enmarcan al este y al oeste el jardín central del Hospital, y
que con su personalidad arquitectónica lo identifican desde la Avenida Montes
de Oca y ahora también desde la Estación Constitución y la Autopista 9 de Julio
Sur. Con este notable aumento de la superficie cubierta y en un renovado
esfuerzo para prevenir la ruptura del binomio madre-hijo y el consiguiente abandono
infantil, se organiza la Oficina de
Recepción, con personal capacitado para mantener de la mejor manera posible
el vínculo familiar; luego, con el mismo fin, se crea el “Refugio
Materno-Infantil Doña Paula Albarracín de Sarmiento”, que internaba a puérperas
sin hogar con sus hijos, mientras la Sociedad de Beneficencia les procuraban
trabajo y alojamiento definitivo. En 1909, se compraron a la Sucesión Reiynaud
otros 1.400 m2 de terreno; en 1911 el Congreso de la Nación expropió y donó a
la Casa el lote de la familia Rezzonico, que da salida a la Avenida Caseros, y
en 1913 la Sociedad le dio la esquina de Caseros y Tacuarí. En 1912, se habían
construido los túneles de comunicación por debajo del jardín central y se había
comenzado la construcción de la actual capilla. Los azulejos color cobalto,
probablemente holandeses, con paisajes típicos y escenas tradicionales, antes
abundantes en la Casa, pero hoy apenas presentes en alguna pared, son de esa
época. En
ese tiempo tenía la Casa 416 camas para Expósitos, 114 para amas de leche y 30
para el personal y las Religiosas. El plantel estaba constituido por: 14
médicos, 8 practicantes, 10 enfermeras, 18 Hermanas de Caridad, 100 amas de
leche internas y 800 amas externas. Cinco médicos inspectores realizaban unas
12 mil visitas anuales a los hogares sustitutos, para controlar el crecimiento,
desarrollo e integración familiar y social de los Expósitos. Los registros
antropométricos de 223 niños expósitos evaluados en 1906, superaban los
promedios de las tablas entonces en vigencia. Mientras Centeno intentaba sacar el torno, en
1890, llegó a la Casa su más renombrado Expósito, bautizado con los nombres de
Benito Martín y adoptado 6 años después por la familia Chinchella, carboneros
de los barcos de la Boca, gracias a los cuales tuvo un papá y una mamá para mí sólo. Cuando comenzó su carrera de
pintor modificó su nombre a Benito Quinquela Martín. Usó buena parte de su
fortuna para construir y donar el Lactario, el Hospital Odontológico Infantil
de la Boca, el Jardín de Infantes, la Escuela de la Vuelta de Rocha y la de
Artes Gráficas de La Boca, el Teatro de la Ribera, en agradecimiento a los años
pasados en Casa Cuna. Otros expósitos llegaron a destacarse como universitarios,
incluso como médicos de Casa Cuna, pero ninguno tuvo su fama. En
1905, en reconocimiento a su capacidad asistencial, la Casa pasa a llamarse oficialmente
Hospital de Niños Expósitos. Ya
funcionaban por entonces seis incubadoras en la Casa En su informe anual de
1909, el director de la Administración Sanitaria y Asistencia Pública de la
Capital, Dr. José M. Penna, encontró que los Hospitales de la Sociedad de
Beneficencia tenían todo el confort y
comodidad que los exhibe como modelo. Cuando se federalizó Buenos Aires, se
creó la Asistencia Pública de la Capital para asumir la atención médica
gratuita de la Ciudad. En 1910, la Asistencia Pública tenía 9 Hospitales y 9
Casas de Socorro, con un presupuesto de unos
2.000.000 de pesos al año, semejante al de los Establecimientos de la
Sociedad de Beneficencia, que sólo en Casa Cuna gastaba 664.000 pesos anuales,
517.000 de ellos en personal. La mortalidad de los Expósitos entre 1852 a 1909 fue alrededor del 20%. El
gobierno resuelve en 1905, que el correo venda estampillas de Navidad y Año Nuevo,
cuya recaudación destina a la Sociedad de Beneficencia. En 1906, Centeno es
nombrado Profesor titular de Enfermedades
de los Niños de la UBA, en reemplazo del ya octogenario Manuel Blancas,
continuando así la Cátedra durante sus primeros 37 años y hasta la jubilación
de Centeno, en manos de directores de la Casa Cuna. Centeno, al asumir, define a la Pediatría como "Ciencia
difícil y arte delicado". Cuando
en 1903 Centeno dispone que la Inspección de Niños en sus hogares sustitutos
sea sistemáticamente realizada por médicos, es seleccionado entre otros, para
incorporarse al Hospital, a los 24 años de edad y recién graduado, el Dr. Pedro
de Elizalde, nacido en la ciudad de Buenos Aires, hijo de Rufino de Elizalde,
ex Ministro de Mitre, a quien conocí, ya herido por la enfermedad y a quien
perdí siendo muy niño, y de Manuela Leal, importante miembro de la Sociedad
de Beneficencia. Era, además, familiar del severo inspector de la Hermandad de
la Santa Caridad de su mismo apellido, que en 1817, elogiara la labor de su
entonces director. Elizalde
imprimió a la Institución los componentes más significativos de su espíritu.
Paulatinamente desarrolló toda una teoría del abandono, comenzando por la
revalorización del binomio madre-niño, en constante adaptación mutua como mejor
garantía para la salud infantil. Consideró al abandono como el deterioro del cuidado satisfactorio del niño a
causa del desamparo que sufre la madre.
Llamó abandono latente, al deseado
pero aún no materializado; abandono inaparente,
al deficiente cuidado del niño. Ambos abandonos dijo, predisponen al aumento de
la morbimortalidad en la Primera Infancia; definió como abandono transitorio, a aquél efectivizado a la espera de poder recomponer luego la relación
materno-filial; abandono definitivo,
al que resulta irreversible y abandono
oculto, al niño incorporado a otra familia sin el conocimiento de las
autoridades. Clasificó las causas predisponentes de los abandonos en
espirituales, sociales, económicas y catastróficas. En su estrategia se debía
primero evitar el abandono, segundo hacer que el abandono inevitable sea transitorio y tercero paliar
las consecuencias del abandono definitivo. Fue
Elizalde quien normatizó la Oficina de Recepción de Leche de Mujer, vigilando
la salud de las “dadoras de leche” y la de sus hijos biológicos, para evitar su
desnutrición y el contagio entre los bebés y las nodrizas. Se llegaron a
recolectar 5000 litros de leche humana anuales, conservando la salud de
nodrizas, sus hijos y los internos. Esta gota
de leche, sirvió también para lactantes no expósitos, cuyas madres no
lograban alimentarlos satisfactoriamente. Elizalde vigiló con similar criterio
la salud de las cuidadoras. Organizó el Servicio Médico-Social, creando la “Escuela de Madres”, para preparar a quienes
no se sentían en condiciones de asumir a sus hijos, a abrirse camino en la vida, conservándolos, llegando incluso a
hacer que las madres que cuidaban a sus propios hijos recibieran retribución económica en concepto de ayuda a la crianza. Consiguió que las
Hermanas del Huerto, enseñaran a esas madres a leer, escribir, coser y cocinar,
también para que enfrentaran mejor la vida y cuidaran mejor de sus hijos. Creó
la Escuela de Enfermeras de la Casa, cuyo título consiguió que fuera reconocido
por la Facultad de Medicina de la UBA; con el plantel de egresadas de esa
Escuela, reemplazó a las tradicionales “cuidadoras internas”, profesionalizando
la enfermería del Hospital. Incorporó a Visitadoras de Higiene, graduadas de la
Facultad de Medicina, para la labor de prevención del abandono infantil y de
vigilancia de los niños de la Casa puestos en hogares sustitutos. Hizo cambiar
el nombre de “Expósitos” por el de “Pupilos del Estado”, para los abandonados. En 1909, Centeno es designado Académico de la
Medicina. El profesor Luigi Concetti, prestigioso pediatra italiano invitado al
Congreso Médico del Centenario, en 1910, dijo que su visita a la Casa de
Expósitos de Buenos Aires, lo hacía reconciliar con esas instituciones. En
1911 se funda la principal institución científica de la Pediatría Argentina, la
Sociedad Argentina de Pediatría. Entre sus 53 socios fundadores se encuentran 7 prestigiosos médicos de Casa Cuna:
Centeno, elegido presidente fundador, Elizalde, Samuel Madrid Paez, Daniel J. Cranwell,
Cipriano Sires, Juan F. Vacarezza y
José M. Jorge. Aprovechado
el Hogar Unzué, que la Sociedad levantó frente a la Playa La Perla en Mar del
Plata, Elizalde organizó estadías de paseo de los pupilos de la Casa a la
ciudad balnearia trasladados por su gestión, en forma gratuita por el
Ferrocarril del Sud. Los pupilos tuberculosos recibían baño de sol marítimo en
el solarium construido con la donación que Hipólito Irigoyen hizo de sus
haberes como Presidente de la Nación. La Sala de Incubadoras que Elizalde montó
fue reconocida en 1914 como la más importante de Sudamérica. Incorporó la carpa
de oxígeno y la nebulización medicamentosa, como tratamiento habitual en
Pediatría. En 1915, se dispone de consultorios especiales para atender a la
población infantil de la zona sur de la Capital, adaptando nuevamente el
Hospital en respuesta a las necesidades y demandas que llegaban de la comunidad. En
1917, comenzó a practicar la recientemente normatizada reacción de Mantoux en
forma sistemática a los niños internados y la aplicación de la vacuna BCG, de
la que otro famoso médico de la Casa, el profesor Vacarezza, fue decidido
impulsor. Organizó la atención ambulatoria, con énfasis en la Puericultura y la
Dietética. Creó el Servicio de Hemoterapia, pensando fundamentalmente en el
tratamiento de las anemias, la filactotransfusión
con sangre de convaleciente para algunas infecciones, y los sueros endovenosos
transfontanelares, por enteroclisis o hipodermoclisis para las
deshidrataciones, entonces llamadas toxicosis.
Las perfusiones transfontanelares al seno venoso de la duramadre recién fueron suprimidas en 1964. En
1918 Centeno es propuesto para Decano de la Facultad de Medicina de la UBA,
pero disgustado por la manera en que es impuesta la Reforma no acepta el cargo.
Se jubila en 1920. sucediéndolo como
Director del Hospital, el Dr. Cranwell, quien siendo un cirujano respetado en
Europa por sus trabajos sobre hidatidosis, noble discípulo de Centeno, jefe de
Cirugía de la Casa en reemplazo del Dr. Jorge y profesor de Patología
Quirúrgica de la UBA, crea las bases de la puericultura moderna. El Hospital de
Expósitos cambia su nombre por el de Casa Cuna, ese año. Cuando en 1922
se planteó la posibilidad de reinstalar el torno, el Director de la Casa, Dr.
Daniel J. Cranwell, expresó el torno...
de una época y cultura distantes a la nuestra... favorece el abandono y el
comercio ilícito... perdiendo el niño la posibilidad de conocer a sus padres...
y que éstos recuperen a sus hijos. Argumentando estas posturas, Cranwell
demostró estadísticamente que, contrariamente a los supuestos, el torno no
modificaba el número de infanticidios. En 1922, se pone en marcha la calefacción
central a vapor. En 1923 es nombrado director el Dr. Paz, que abre el servicio
de neurología y encomienda al Dr. Pascual Cervini la tarea de difundir la vacunación
antidiftérica. En 1926 el escultor Lagos entrega a Casa Cuna el busto de
Centeno que desde entonces se observa en el jardín. Jubilado Paz en 1928 asume
como Director el Dr. Madrid Páez, hasta su muerte en 1936. Desde
1921 y hasta 1947, el Dr. Elizalde hizo los “Cursos de Verano para Graduados”,
para mantener actualizados a los pediatras que se le acercaban. Normatizó los
exámenes de ingreso de los practicantes a la Casa. Los
recursos terapéuticos más utilizados entonces en el Hospital eran, además de
sangre, plasma y soluciones hidrosalinas, medicamentos que se suponía
eliminaban los patógenos: vomitivos, purgantes, diuréticos, sudoríficos,
expectorantes, ventosas; los sintomáticos: hipnóticos, analgésicos, antitérmicos,
tónicos (aceite de hígado de bacalao, calcio); los protectores: vacunas,
antisépticos, baños “medicinales”, cataplasmas; digital, quinina, coramina, cafeína, el láudano, sueros antitóxicos; el bismuto y
los arseniacales para la sífilis. Las anestesias eran fundamentalmente de éter
inhalado en el aparato de Ombredanne. Las complicaciones de la anestesia en los
niños fueron motivo de un trabajo de Elizalde en 1919, antes que el mismo
Ombredanne las describiera. En
el Libro de Oro de la Casa de Expósitos, pueden leerse los siguientes
testimonios de esa época: Mabillau, director del Museo Social de Francia y
presidente de la Federación Internacional de Mutualidades, escribe en 1912:
"La Casa de Expósitos... ejemplo de caridad moderna". El mismo año,
el Doctor Piñeiro, Director General de la Administración Sanitaria y Asistencia
Pública, expresa, parafraseando a Dante: "Conservad toda esperanza,
vosotros que entrais". Nascimento González, profesor de la Facultad de
Medicina de Río de Janeiro en 1913, afirma: "Si la civilización se mide
por el modo en que un país distribuye la asistencia entre los más necesitados,
con el trato en la Casa de Expósitos la República Argentina tiene la hegemonía
en la América del Sur". El gran sanitarista Domingo Cabret, manifiesta en
1916: "... el sabio pediatra, profesor Centeno, digno director del
establecimiento...". Avelino Gutiérrez,
decano de la Facultad de Medicina de Madrid, en 1923 opina que la Casa
"... merece la mayor alabanza y gratitud de todos". En
1935, los Consultorios Externos de las 8 subespecialidades pediátricas
establecidas, atendieron 125.000 consultas. En
1936, muerto Madrid Páez, Elizalde es designado Director de la Casa Cuna. A su
impulso se crea entonces la Asociación de Profesionales de la Casa Cuna, casi
contemporánea de la Asociación de Médicos Municipales y nace la revista
“Infancia”, pionera de las Revistas Científicas de la Casa, que tras varias
interrupciones se prolonga hoy en la “Revista del Hospital General de Niños Dr.
Pedro de Elizalde”. Entonces se incorpora el predio de Montes de Oca 110, de
María Escalada de Vélez, conocido como el Palacio Díaz Vélez famoso, además de
por su calidad arquitectónica, por el hecho de que en la leonera construida por
la obsesión de Eustaquio Díaz Vélez, los leones habrían destrozado a su pretendido
yerno. Numerosas estatuas aún diseminadas por los jardines de Casa Cuna,
atestiguan esa trágica pasión. Desde 1889, los Expósitos se
identificaban mediante una medalla de bronce numerada correlativamente desde el
número 1, colgada de su cuello. En 1929, ya se había llegado al número 50.000,
y las pérdidas de medallas con el consecuente riesgo para la identidad del niño
eran relativamente frecuentes. Por eso entonces, se intentó aplicar el método
de identificación mediante la papiloscopía de los dedos de la mano de Vucetich;
pero la posición de la mano en flexión de los recién nacidos y la
superficialidad de sus surcos, hacían poco confiable y dificultoso el método.
El Dr. Carlos Urquijo, estimulado por Elizalde, en 1929 idea en la Casa el sistema
de identificación de recién nacidos y lactantes menores de 8 meses, mediante la
papiloscopía de la zona plantar adyacente al primer dedo pelmatoscopía, que se incorpora a la “Libreta de Pupilo”, cumpliendo
el viejo anhelo de conservar fehacientemente la identidad de cada interno. Su
experiencia es ampliamente difundida en publicaciones desde 1937. El método es
ahora universalmente utilizado. En
1937, al crearse la Cátedra de Puericultura en la Facultad de Medicina de la
UBA, los 8 profesores adjuntos de Pediatría, entre ellos Casaubon, Enrique E. Beretervide, Bazán y Juan P. Garraham,
elevan una nota al Decano, expresándole que no se inscribirán en el concurso
por entender que por sus méritos asistenciales, docentes y de investigación,
corresponde que se designe titular al Dr. Elizalde. El entonces Decano de
Medicina, profesor José Arce, señala que ese gesto es un caso extraordinario
en los anales de la Universidad de Buenos Aires. En su clase inaugural,
Elizalde recuerda que en Francia ya
Caron en 1865, decía que puericultura es la ciencia de criar a los niños,
higiénica y fisiológicamente, y en 1895, Pinard habla de puericultura
intrauterina. Para Elizalde, puericultura son las leyes biológicas y
sociales, que deben regir la relación del niño con la madre y la familia, desde
antes de la procreación, hasta la pubertad. Adelantándose más de una
generación en sus ideas, propone que el Hospital además de dar asistencia
completa a la infancia, haga docencia e investigación. Sus principales
discípulos fueron: Cervini, Beranger, Zucal, Waissman, su propio hijo, Felipe
de Elizalde y Aurelia Alonso, primera mujer médica que hizo carrera en Casa
Cuna, incorporada en 1930, y destacada historiadora de su Hospital y su
Maestro. Elizalde
diseña, construye y en 1939 inaugura el Pabellón Atucha, que incorpora lo más
avanzado en la asistencia de la tuberculosis infantil de la era preantibiótica,
cuando aún se hablaba de maternohemoterapia y de inyecciones de leche, para tratar algunas de sus formas extrapulmonares. En 1942 se terminan
las 7 plantas del Pabellón que con 125 camas pensó para Clínica Epidemiológica
y en 1943 el Pabellón Alconero para Consultorios Externos. En cuatro años el
desarrollo edilicio del Hospital, más que duplicó su superficie cubierta. Se
revaloriza entonces el rol de la madre durante la internación de los niños. La
edificación permitía en esa época, el ingreso y egreso desde la calle
directamente a cada pabellón; en cada uno de ellos había laboratorios y
aparatos de Rx, porque se privilegiaba el aislamiento de cada patología, para
evitar el contagio intrahospitalario. Hoy la centralización para el mejor uso
de los recursos y la restricción de los accesos desde el exterior, por razones
de seguridad, modifican notablemente la circulación en el Hospital. La
obra fundamental de Elizalde fue la de enseñar con su palabra, su ejemplo y sus
disposiciones organizativas, el respeto y comprensión que merecen y necesitan
el niño y su familia; el papel del médico como forjador de armonías, para conservar y recuperar la salud; la
importancia de la preparación y desempeño de los servicios de enfermería,
mucamas, personal administrativo y de maestranza en el cuidado de los niños; la
necesidad de mantenerse actualizados en todos los descubrimientos médicos y del
cuidado crítico y prudente para aplicarlos en la pediatría práctica. A
principios de los años 40 inmediatamente antes del uso de los antibióticos,
cuando las heladeras eléctricas eran rarezas en casa de los ricos, la leche se
fraccionaba a domicilio en carros lecheros sin la mínima higiene, no existía
gas natural para calefaccionar las viviendas y las vacunas disponibles no
tenían difusión suficiente, una evaluación al azar de 106 defunciones de niños
en Casa Cuna, muestra que 26 fueron atribuidas a infecciones respiratorias (dos
a bronquitis “capilar”, una a neumonía, una a congestión pulmonar y el grueso a
bronconeumonías), 21 a desnutrición (16 a “descomposición” y 5 a distrofia
grave), 15 a “toxicosis” (una con otitis), 7 a septicemia y “septicopiohemia”,
6 a coqueluche, 5 a “debilidad vital”, 4 a estreptococcias, 4 a meningitis y
paquimeningitis, 4 a sarampión, 2 a “dispepsia”, 2 a TBC y 1 cada una a:
insuficiencia hepática, infección urinaria, varicela necrótica, “crup gripal”,
hidrocefalia, “muerte tímica”, “melena neonatorum”, “síndrome tóxico”,
insuficiencia suprarrenal y peritonitis, señalando cuáles eran los problemas
que preocupaban al Cuerpo Médico de entonces. La
introducción de los primeros quimioterápicos y antibióticos en Pediatría, tuvo
a Elizalde como entusiasta experimentador. Más de 100 trabajos científicos
demuestran su interés en la investigación. En 1942, el Hospital evalúa el uso
de las sulfamidas, su tolerancia por parte de los niños y la sensibilidad que a
ellas presentan los gérmenes. En
1944 se jubila Elizalde, y, por única vez en su larga historia, la Sociedad de
Beneficencia nombra un Director
Honorario, distinción que recae en él. Continuó concurriendo regularmente a
los servicios asistenciales, laboratorios, ateneos y cursos del Hospital, hasta
cuatro días antes de su muerte, ocurrida en enero de 1949, próximo a cumplir
los 70 años de edad. Estaba entonces organizando “Prensa Pediátrica”, revista
que incluía colaboraciones y comentarios de pediatras de más de 10 países americanos
y que resultó su obra póstuma, cuya dirección ejercicio su discípula la Dra.
Aurelia Alonso. Doce años después de su muerte, en 1961, seguía figurando como
Presidente Honorario de la Asociación Médica de la Casa Cuna. Cuando se
resolvió darle su nombre al Hospital que él
había impregnado con su espíritu, la comunidad hospitalaria se sintió
complacida por el merecido homenaje al hombre que siendo huérfano desde tan
niño, dedicó todos sus vastos esfuerzos profesionales a la infancia, especialmente
a la más desvalida. DE LA ESTATIZACIÓN A
LA AUTOGESTIÓN
En 1946, tras el sonoro conflicto
entre Eva Perón y la Sociedad de Beneficencia, ésta es disuelta y el Hospital,
bajo la dirección de Eugenio Zucal, junto a todos los Institutos de la
Sociedad, pasa a depender del Estado Nacional, incorporado primero a la
Dirección Nacional de Asistencia Social y luego al Ministerio de Trabajo y
Previsión. La forma traumática que se le dio al hecho, en realidad, capítulo
final de un largo proceso ideológico de transferencia de la asistencia como
actividad de Beneficencia Semiprivada, a la atención como actividad médica
dentro de la responsabilidad del Estado y derecho del ciudadano, crearon
profundas divisiones en el personal de la Casa que duraron varios años. El General Perón, quien como Evita
también era hijo de madre soltera, en 1947 impulsó la ley por la que los
nacidos fuera del matrimonio dejaran de anotarse en el Registro Civil como hijos adulterinos o sacrílegos, según
fuese la condición de sus padres. La inscripción como hijos naturales, continuó hasta que una ley propuesta por el Dr. De
la Rúa suprimió la calificación de los recién nacidos por el estado civil de
sus padres, evitando la discriminación que ya preocupaba a Carlos IV en 1794. Al
comienzo de la Administración Estatal en el año 1947 hubo 616 niños recogidos
en Casa Cuna. En 53 casos fueron considerados
abandonos “definitivos”, entregados en su mayoría en forma anónima y los
demás en condición temporaria: 178 por enfermedad de alguno de los padres, 147
por carencia de recursos para criarlos, 48 por muerte de algunos de los padres,
58 por que padre o madre abandonaron el hogar, desintegrando la familia, 40 por
agalactia o nuevo embarazo de la madre, 8 por encarcelamiento de padre o madre,
12 por “índole privada” y el resto por resolución judicial. En
1952, luego de la muerte de Evita, el Hospital pasa a llamarse Casa Cuna Eva Perón; en 1955, derrocado
Perón, recupera el nombre de Casa Cuna, y pasa a depender del Ministerio de
Asistencia Social y Salud Pública. La Asociación Médica renueva entonces su estatuto,
busca incorporarse a Femeca, instituye el premio Casa Cuna al mejor trabajo
científico producido en el Hospital y crea la Ayuda Mutua y el Seguro de Vida
Colectivo, para profesionales de la Casa, que sucesivas inflaciones fueron
haciéndolos inviables. En
el verano y otoño de 1956, la terrible epidemia de poliomielitis moviliza al
personal del Hospital, que improvisa salas de internación, aumenta voluntariamente
sus horas de trabajo y organiza sistemas de guardias ad honorem, arriesgándose
al contagio de semejante patología. La cesión entonces por un año, del pabellón
Díaz Vélez para Hogar Respiratorio, se
va transformando por maniobras cuestionables, en una ocupación inaceptable. El
Profesor Raúl P. Beranger, a quien Elizalde llamaba:"mi hijo
espiritual", en Pediatría Clínica y el Maestro Marcos L. Llambías, sucesor de Marcelo Gamboa, en Cirugía Infantil, importantes referentes
nacionales en sus especialidades, prestigian al Hospital, con sus largas
trayectorias en ese tiempo. El Dr. Riggio, con más de 50 años de labor
asistencial ininterrumpida como concurrente, médico rentado y voluntario, luego
de su jubilación, muestra un compromiso vocacional y afectivo con la Casa,
difícil de igualar. El Dr. Néstor Pagniez, desde el laboratorio central del
Elizalde idea la reacción para la sífilis que lleva su nombre y los micrométodos
que permiten extraer sangre para analizar en forma mucho menos traumática para
los niños; ambos procedimientos de amplia difusión en el país y en el exterior.
El Dr. Felipe de Elizalde, hijo de Pedro, fue en esos años Jefe de Sala y
Profesor de Pediatría en la Casa, llegando luego a ser Decano de la Facultad de
Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Beranger, sucesor de Elizalde en
los cursos de verano desde 1946, Director Interino de la Casa en 1956, durante
la gran epidemia de poliomielitis de Buenos Aires, exigió y obtuvo del Gobierno
Nacional los pulmotores imprescindibles para tratar a estos pacientes.
Presidente de la Sociedad Argentina de Pediatría, como antes Madera, Argerich,
Centeno, Davel, Juan F. Vacarezza , José M Jorge y Pedro de Elizalde, fue uno
de los 7 médicos de la Casa Académicos de la Medicina . En 1961, hay por primera vez un
concurso reglado para Director y el cargo recae en un sanitarista el Dr.
Roberto Cerutti, quien conduce la actualización del Hospital a la realidad médico-sanitaria
de la década: 1) los antibióticos y las vacunas disminuyen el número de
ingresos por infecto-contagiosas, sus complicaciones y la duración de sus
internaciones; 2) la cirugía, la anestesia y el manejo del postoperatorio
inmediato se vuelven más seguros, aumentando las indicaciones quirúrgicas en la
infancia; 3) el mejor conocimiento de la clínica, el intenso desarrollo de la
tecnología de estudios complementarios y el notable aumento de las alternativas
farmacológicas, provoca un explosivo incremento del número e importancia de las
subespecialidades pediátricas; 4) prevalece la conciencia que el cuidado
progresivo del paciente y la centralización de la aparatología médica¸ es la forma más racional de usar los
recursos disponibles; 5) la excelencia en la preparación de los profesionales y
la capacitación permanente en servicio es condición esencial para mantener el
nivel de formación y actualización exigibles en un Hospital especializado; 6)
el más correcto registro asistencial sanitario, legal, administrativo, se
obtiene centralizando la documentación médica. Como consecuencia de esa
modernización y a través de cambios a lo largo de 12 años se redistribuye el
uso de la superficie cubierta, incrementando las de internación en Cirugía y
Clínica Pediátricas; se agiliza el giro cama en infecciosas, que desarrolla un
sector para meningoencefalitis, en condición equivalente a terapia intermedia y
uno para hepatitis con aislamiento hídrico. Se organiza Neonatología con un
sector de terapia intensiva neonatal y otro de terapia intermedia. Se crea
Terapia Intensiva Pediátrica. Se agrega un sector de Neumonología a Tisiología.
Se utiliza el desafectado espacio de recepción de leche de mujer para nuevos
consultorios y el del ex Refugio Materno Infantil para centralizar toda la
actividad del diagnóstico por imágenes. Se redimensiona el espacio destinado a
las Hermanas de Caridad (Clausura). Se
unifica la jefatura de todos los registros médicos y elaboración de datos de la
actividad hospitalaria y se crea el archivo central de historias clínicas.
En 1961 se impone al
Hospital el nombre de “Dr. Pedro de Elizalde”. En 1962, durante los conflictos
entre Azules y Colorados, en dos
oportunidades se amenaza bombardear Plaza Constitución, debiéndose proteger a
los internados. En 1963, el Hospital pasa al ámbito municipal. La Asociación de
Profesionales del Hospital se convierte en filial de la Asociación de Médicos
Municipales, alcanzando fuerte presencia en sus órganos directivos. La
Asociación de Profesionales continúa como representante de los universitarios
no médicos y organizadora de los eventos científicos y sociales del Hospital.
Varios profesionales de la Casa se incorporan a la carrera de investigador del
Conicet. Cátedras de Pregrado de dos universidades tienen sede en el Hospital.
Cuatro carreras de Postgrado de Especialistas Universitarios de la UBA, se
dictan también en Casa Cuna. En 1994, la Universidad distinguió a Casa Cuna como
Hospital Asociado. Se realizan
periódicas Jornadas Científicas con participación de distinguidos colegas
extranjeros. Estudiantes de las principales
Escuelas de Enfermería de la Ciudad y universitarios de Nutrición y Servicio
Social, realizan prácticas en el Hospital. Además de los múltiples cursos de
actualización para graduados de las diferentes especialidades pediátricas,
suelen dictarse también Jornadas y Cursillos para maestros de niños severamente
enfermos y para la comunidad en general. En 1963, por iniciativa de la madre
Marta de Bary se crea el Servicio de Voluntarias, para colaborar en el cuidado
de los niños y apoyar la tarea del personal, sin realizar actividades técnicas
ni asistenciales. En 1964, es el primer Hospital Público de la Ciudad que tiene
toda su guardia clínica y quirúrgica, integrada por profesionales; hasta
entonces las guardias hospitalarias tenían un solo profesional, el médico interno, siendo los demás integrantes,
el mayor, el menor y los externos,
simples estudiantes de Medicina de Pregrado, los practicantes. En 1967, se incorpora al Plan de Residencias
Hospitalarias. Durante la década de 1970, funcionó en el Hospital la Fundación
Laboratorio de Investigaciones Pediátricas, FLIP, en la que investigadores del
CONICET, desarrollaron sus actividades. Desde 1975 se aceptan becarios extranjeros
que perfeccionándose en la Casa, llevan a sus países el espíritu del Elizalde.
Hasta la década de 1930, en los hospitales públicos era habitual que sólo los
Jefes de Servicio, fuesen rentados. Los demás profesionales, trabajaban ad honoren, a cambio de formarse en el
servicio. Progresivamente fueron nombrándose Médicos Rentados de Planta, y era
habitual que trabajaran muchos años honorarios, antes de tener la oportunidad
de una renta. Cuando en 1973, en pleno gobierno
constitucional, la inercia conspirativa busca tomar hospitales públicos de la
Capital, como parte de su estrategia de acción violenta, el personal del
Elizalde no dudó en permanecer en vigilancia voluntaria permanente dentro del
Hospital para defenderlo. En 1974, 3 médicos de la Casa Cuna, fueron
secretarios del Comité Organizador del XIV Congreso Internacional de Pediatría,
único celebrado en el país, Entre 1975 y 1980, algunos de los niños abandonados
en la vía pública, ingresados a Casa Cuna, eran en realidad hijos de
desaparecidas, algunos de los cuales, recuperaron su verdadera identidad. Entre 1955 y 1980, el principal
problema pediátrico sanitario, era la deshidratación, asociada fundamentalmente
con las gastroenteritis estivales y la desnutrición, al extremo que las
guardias médicas eran reforzadas durante el verano. Entonces la mortalidad por
esas patologías estaba cerca del 10%. La mejor calidad de la leche y otros
alimentos, la difusión de heladeras eléctricas, la educación nutricional de las
madres y el TRO (Tratamiento de Rehidratación Oral) disminuyó notablemente la
frecuencia y gravedad de estas enfermedades. Por esos años se consiguió
erradicar la rabia y la parálisis infantil de Buenos Aires y se redujo
notablemente la fiebre reumática; paralelamente el síndrome urémico hemolítico,
la intoxicación salicílica y la enfermedad de Reye se convirtieron en
importantes preocupaciones para nuestros pediatras. Al completarse los 50 años del
ingreso al Hospital de la primera médica, las mujeres ya eran mayoría en el
plantel profesional, enriqueciendo el espíritu de la Casa. Profesionales de la Casa Cuna,
realizaron más de cien viajes con unos 1.500 días de estadía en total, en el
Tren Pediátrico ALMA, dotado de consultorios, salas de Rayos X, laboratorio,
sillón de odontología, gabinete de nutrición y hasta un pequeño quirófano, por
inquietud del Dr. Urtazun, llevando los adelantos de la Pediatría hasta los
confines de la vieja red ferroviaria nacional a pueblos que carecían de
servicio médico permanente. En la década de 1980, y ante el
desinterés que hacia el Hospital muestran las autoridades sanitarias, un fuerte
movimiento renovador se fue gestando en su cuerpo profesional, buscando
redefinir el Hospital en el Sistema de Salud de la Ciudad y del País. El
progresivo incremento de la demanda, tanto ambulatoria como en internación, la
mirada cada vez más abarcativa hacia los múltiples factores de sufrimiento,
minusvalía y enfermedad de la infancia, la incorporación de nuevas estrategias
y recursos asistenciales aportados por iniciativa personal de miembros del
Hospital, la fuerte conciencia de trabajar en red con los demás prestadores de asistencia
pediátrica del área metropolitana, motorizaron el movimiento que fructificó en
el Proyecto Casa Cuna/88. En 1974 comenzó a construirse el
pabellón Tacuarí, paralizado al año siguiente por efecto del Rodrigazo; 21 años
después, en 1995, luego de la crisis
edilicia, se entregó la 1/3 parte del pabellón
y apenas para pasar parte de las instalaciones del desafectado pabellón
C. Pellegrini. Si bien la facturación de la
asistencia brindada a personas con cobertura de Obras Sociales, fue evolucionando
como en todo Hospital especializado que efectúa prácticas no habitualmente
implementadas en el ámbito privado, la autogestión de los años 90 es vivida
fundamentalmente como una oportunidad para desarrollar actividades y adaptar
estructuras que satisfagan mejor las demandas y necesidades de la población
asistida. La tercerización de las actividades de alimentación, mantenimiento y
vigilancia, fueron asumidas por empresas sin suficiente capacitación en la
problemática del niño enfermo y su familia. En la década de 1990, con el
aumento de la contaminación del aire y del hacinamiento, los principales
problemas sanitarios en la infancia son las virosis respiratorias de las épocas frías del año y las bacterias
multiresistentes, al extremo que se deben reforzar las guardias médicas y la
provisión de oxígeno medicinal durante los inviernos. Cuando en 1987 se detectó el primer
caso de SIDA infantil en la Argentina, fue Casa Cuna el Hospital que aceptó
internarlo, pese al fuerte rechazo que la sola mención de esa patología
provocaba entonces. En 1998, durante la última epidemia de sarampión, Casa Cuna
volvió a tener un papel central en la emergencia, señalando que deben
repensarse las estrategias en Salud ante las modificaciones epidemiológicas
originadas en el intenso intercambio de personas y bienes producidas por el
Mercosur y el Incosur. Al empezar el Siglo XXI, la gravedad de la crisis
socioeconómica, la dificultad para mantener los tratamientos específicos y la
disminución de la inmunidad producida por el Sida y las neoplasias, facilitan
la aparición de las formas graves de tuberculosis multiresistentes y el
resurgimiento de las micosis profundas. La violencia intrafamiliar y el uso
indebido de sustancias sicoactivas están firmemente establecidas como problemáticas
pediátricas. Impacta constatar que aún en 1970, los formularios de internación
estaban encabezados con el ítem agua del
socorro, (sí) (no); y en 1990 con: Obra Social ¿cuál?. Aún hoy en día, algunos niños abandonados
en Casa Cuna, por padecer de graves malformaciones o enfermedades, al estar de
alta médica de internación, son acogidos por el personal del Hospital, que
generosamente les brinda los cuidados necesarios en sus propios hogares,
incorporándolos a sus familias, donde desarrollan el máximo de salud que su
condición permite. Nueve
médicos que trabajaron en Casa Cuna fueron presidentes de la Sociedad Argentina
de Pediatría: Centeno de 1911 al`13; Pedro de Elizalde, de 1915 al '17 y de
1941 al '43; Felipe de Elizalde de 1955 al '57; Raúl P Beranger de 1959 al '61;
José M Albores de1969 al '71 y de 1971 al '73; Jorge Nocetti Fassolino de 1975
al '77 y de 1977 al '79; Teodoro Puga, de 1981 al '84; Jorge Sires de 1987 al
'90; María L Ageitos, de 1990 al '93, primer y hasta ahora única mujer presidenta
de la Sociedad Argentina de Pediatría. Todavía llegan a Casa Cuna personas
que buscan sus orígenes biológicos y procuran recuperar sus referencias
familiares, pues ellos o algunos de sus antepasados fueron expósitos de la
Casa; afortunadamente en no pocas ocasiones se los puede ayudar. Algunas veces
hasta de Europa han consultado a la
Casa, por parientes que, llegando a Argentina con dificultades dejaron en Casa
Cuna a un menor que no podían criar, y con el que ahora desean contactar. La
presencia de esta demanda es un contundente recordatorio de la importancia que
tiene respetar la verdadera identidad de las personas.
EL PRESENTE, EL FUTURO, LO PERMANENTE Cuando la ausencia de mantenimiento
provocó la crisis edilicia de 1994, la actitud de todo el personal de la Casa,
la repercusión que tuvo en la comunidad asistida por el Hospital, el acompañamiento
que brindó la Asociación de Médicos Municipales, el interés que despertó en los medios de difusión, la receptividad
de algunos funcionarios sanitarios, hicieron que por fin las autoridades de la
Ciudad y del País, comprendieran la importancia y coherencia del proyecto
asistencial elaborado en el Hospital y aceptaran diseñar un proyecto
arquitectónico capaz de alojarlo. Se cumplían
así los considerandos del Decreto de Vicente López y Adolfo Alsina en la
reapertura en 1852: ... hay Instituciones
tan feliz y sabiamente concebidas que se
perpetúan en las afecciones y recuerdos de los pueblos favorecidos por ellas. Respetuoso de la tradición, el
proyecto arquitectónico protege hasta el frondoso y varias veces centenario
gomero, único ser todavía vivo, de los que contemplaran la instalación de la
casa en su actual predio, cuya generosa sombra cubrió los últimos 130 años de
la Casa y que desde sus altas ramas, emite todavía nuevas raíces, como si
quisiera asegurarse que para siempre acompañará a las familias que concurren al
Hospital y al personal que las cuida. También continuarán los pacientes leones
de mármol del jardín, pulidos por el roce de las numerosas generaciones de
niños que diariamente se suben a sus lomos entre cariñosos y dominantes. Preparándose para el momento en que
se concrete el nuevo edificio, Casa Cuna ofrece un área de medicina ambulatoria
que abarca 31 subespecialidades pediátricas, 10 de ellas en horario ampliado y
cuatro en guardia permanente, con un total de 550.000 consultas anuales;
consultorios de orientación; de recepción de pacientes derivados de la Red Pediátrica
Sur, asegurando su contrarreferencia, y
de segunda opinión; pese a no tener área programática por ser hospital
especializado, los distritos escolares cercanos insisten en solicitar que el
Hospital Elizalde, se haga cargo de la salud escolar de sus establecimientos. En el área de internación
va creciendo la conducta de ubicar a los niños por niveles de cuidados
requeridos, no por patología. Con excepción de: recién nacidos; enfermedades
infectocontagiosas; inmunocomprometidos no infectados (medicados con
citostáticos y/o corticoides, inmunopatías genéticas, agranulocitosis tóxicas);
inmunodeficientes infectados (en general por SIDA). Por el momento hay 292
camas de dotación que producen unos 10.000 egresos anuales. Entre los
procedimientos terapéuticos que realiza, figuran: cirugía plástica y
craneofacial, cirugía endoscópica otorrinolaringológica, microcirugía de oído e
implante coclear, corrección de defectos complejos con equipos
interdisciplinarios (urología, neurocirugía, ortopedia, grupo de trabajo de
columna), cirugía artroscópica, cirugía
laparoscópica abdominal, cirugía cardíaca por vía endovascular, cardiocirugía
con circulación detenida e hipotermia profunda, internaciones breves,
hospitales de día: quirúrgico, de nutrición, hematooncológico, inmunológico,
endocrinológico, reumatológico,etc. Incontables familias del
área metropolitana confían en que sea cual fuese la emergencia que pueda sufrir
un niño, y en el momento en que se produzca, la Guardia de la Casa Cuna podrá
asistirlo de inmediato. La
mortalidad actual de los internados
es del 1% o menos, pese a la gravedad
de las patologías tratadas. Entre los estudios
especializados se destacan: pruebas dinámicas con trazadores radioactivos,
videoendoscopías digestivas, hemodinamia, registro polisomnográfico de sueño,
cuantificación de capacidad inmunológica (humoral y celular), cultivos
celulares, carga viral para SIDA, determinaciones de drogas y tóxicos, dosaje
de esteroides y hormonas proteicas con sus respectivas pruebas dinámicas,
estudios metabólicos complejos, farmacovigilancia, procedimientos de análisis
clínicos automatizados, estudios virológicos en gabinete de seguridad
biológica. Entre los servicios complementarios Hidroterapia, Musicoterapia,
Zooterapia, Medicina del Deporte, Medicina Paliativa y Tratamiento del dolor
crónico. Es el centro de referencia de la Red Pediátrica de la zona sur de la
Capital. Se está montando un laboratorio de biología molecular y tiene la
aprobación del INCUCAI para efectuar trasplantes cardíaco y cardiopulmonar. Como actividades de
extensión, la Casa tiene entre otras, sala y parque de juegos, huerta “La
Recorrida”, de laborterapia, escuela domiciliaria preescolar y primaria (y en
gestión la secundaria ) bibliotecas infantiles en 8 salas de internación, los
caniles “Recrear” para zooterapia, dos coros, grupos de autoayuda de padres de
pacientes con enfermedades crónicas o definitivas, un portal en Internet para
comunicación con profesionales y comunidad en general, y forma parte de la red
de ateneos por telemedicina. Además de la Revista del Hospital se editan Comunicándonos, que informa sobre las
novedades de la gestión hospitalaria, Ca
Cu, de los residentes y ahora Nueva-Mente,
dedicada al desarrollo de
Investigaciones. Los tres Juzgados de Ejecución Penal de la Capital y
los Tribunales Contravencionales de la ciudad, envían a los demandados a que
cumplan actividades comunitarias previstas en la Probation en el Hospital Elizalde. Numerosas empresas, entidades de bien público,
organizaciones no gubernamentales y simples particulares, colaboran con sus
donaciones en materiales, dinero y trabajo para mejorar la estructura y el
equipamiento del Hospital, o dan su tiempo para entretener a los pequeños
internados, y acompañar a sus angustiadas madres. En estos 224 años
transcurridos en 4 siglos diferentes, no menos de 10 generaciones
completas de agentes de la salud
trabajaron en la Casa Cuna. Cada una a su manera, por encima de los variables
conceptos de Beneficencia, Responsabilidad Estatal, Financiamiento
Hospitalario, Obligación de Obras Sociales, Salud Pública y Sanidad, Estructura
Familiar, Legislación de Menores,
Autogestión, Centralización y Descentralización intra e interhospitalarias,
Administración, Gerenciamiento, técnicas y modas asistenciales, han cumplido y
transmitido consignas básicas que permanecen en el tiempo: 1) no hay actividad
más válida y gratificante que aliviar el sufrimiento de todos los niños, sin
discriminaciones ni exclusiones; 2) al niño que sufre se le debe tratar su
cuerpo, su mente, su integridad familiar y social, hasta que alcance, en cada
aspecto, el máximo crecimiento y desarrollo que su composición genética y su
medio ambiente permiten; 3) al niño sano hay que asegurarle las condiciones
necesarias para que logre el total de sus posibilidades de bienestar y llegue a
disfrutar, ya adulto, de asumir sus responsabilidades como miembro útil de la
sociedad; 4) la personalidad y la identidad del niño deben ser celosamente
preservadas; 5) por encima de las alternativas tecnológicas, el principal
recurso disponible para ayudar a la niñez es la actividad interdisciplinaria
del personal capacitado, responsable, sensible y comprometido con el bienestar
integral de la infancia; 6) la tarea del equipo de salud debe respetar y
fortalecer la vida familiar y las
actividades educativas, espirituales y recreativas del niño; 7) ningún
conflicto en el equipo de salud, de la naturaleza e importancia que sea, puede interferir en las tareas de atención a
los pacientes. Fiel a su origen, a la
cultura sanitaria sedimentada en su historia, a su presencia en el imaginario
colectivo, a los requerimientos de la sociedad que solicita sus servicios, Casa
Cuna sigue perfeccionándose en los problemas que resultan epidemiológicamente
significativos en la salud infantil, especialmente en aquellos cuya prevención
y solución precisan prácticas de alta complejidad humana: violencia intrafamiliar,
dificultades escolares, desadaptación social, problemática del migrante,
tentativa suicida, consumo indebido de drogas, patologías génito-sexuales
infanto-juveniles, embarazo y maternidad adolescente, paternidad responsable,
anorexia-bulimia, oncología, hemopatías malignas, SIDA, tuberculosis
multiresistentes, etc., empeñado en asegurar de la manera más amplia posible,
los derechos del niño, en especial,
del que sufre enfermedades y discapacidad, manteniendo la mística que hizo
decir a su capellán en la misa por los primeros 220 años: “Casa Cuna es un misterio de amor”. La
población que comparte estos conceptos y acompañó a la Casa a lo largo de toda
su historia, observa junto a ella cómo las autoridades largamente demoradas
comienzan a concretar el proyecto edilicio, que dará al Hospital el espacio
físico, equipamiento, insumos, sistema de organización y personal suficiente,
para la realización del proyecto asistencial formulado y facilite el encuentro
niño-familia-pediatra, que es su fundamento. Queda para su actual generación de
agentes de salud la honrosa y pesada tarea de llenar con el espíritu permanente
de la Casa el amplio abanico de innovadoras posibilidades de actuar a favor de
la salud integral de la Infancia, que estos cambios ofrecen. Agradecimientos: A los recuerdos y
sugerencias aportados por el personal que pasó su vida de trabajo en la Casa
especialmente a la Licenciada Alicia Seygas, que no sólo contribuyó con la
bibliografía que posee, sino también con su meritoria labor de cuidar la
memoria escrita de la Casa en sus registros originales, que en algunos casos se
remontan a 1826, a la Dra. Vacirca, que
conserva documentación de la labor de don Pedro de Elizalde y del Hospital de
su tiempo, a la Sra. Mary Miguens, que aportó el material histórico guardado en
la Dirección del Hospital, a la licenciada Emilse Elustondo de Echeverría, por
sus documentados aportes y su entusiasmo y a la Sra. Judith Weiss, por sus
sugerencias y la bibliografía que brindó a través de la Asociación de Médicos
Municipales. Bibliografía: 1.
Alonso A.E., 1940. “Nociones sobre el cuidado de los
niños en el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, en los años
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Atrás”, Eudeba, Buenos Aires. [1] Jefe del Depto. Técnico - Hospital General de Niños Dr. Pedro de Elizalde – Montes de Oca, 40 – CP.1270 – Cap. Fed. - Fax. 4307-7400 |